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9/8/10

Fast and Furious


Creo que he manejado más kilómetros desde que estoy acá que lo que manejé en toda mi vida. Y no porque viva lejos de la “civilización”, sino porque no manejaba mucho en Argentina. Es más, me remitía a ser mera pasajera de los autos. Debido a mi poca experiencia, mi temor a andar por la calle es enorme. Y como siempre, todas las cosas raras me pasan a mí. Pero antes de entrar en detalle en mis aventuras al volante, creo que deben entender el trasfondo de mi poca experiencia y, por ende, mis temores.
A los 18 años (creo) mi mamá me pagó unas clases de manejo, ya que habíamos comprobado a fuerza de ensayo y error que ningún familiar podía enseñarme a manejar sin gritar, enojarse, putear o desheredarme. Di el examen teórico y práctico y así obtuve mi carnet de conducir, de la manera legal correspondiente.
Con mi registro manejé, sin exagerar, 5 o 6 veces más (en los 5 años de vigencia que tiene el mismo), todas amontonadas en 3 meses. Resultó ser que sin importar que yo hubiera aprendido a manejar, y que la Dirección de Tránsito lo avalara, temían que chocara y saliera una fortuna el arreglo. De esas veces que manejé choqué el auto contra una columna, haciendo marcha atrás, en la cochera vacía donde mamá guardaba el auto.
Diez años después, necesité no sólo un registro al día, sino un registro internacional para venir para acá. En esos diez años mi registro anterior había dormido en un cajón perdido de la casa de mamá, vencido, ya que al vivir en La Plata no manejaba, y en el poco tiempo que estaba en Mar del Plata me dedicaba a ser transportada. Nuevamente, mi familia (y ahora también Juan) trataron de refrescar mis conocimientos de manejo de vehículos. Como bien se dice, el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, así que al segundo grito, llanto y puteada desistimos todos, y me senté con la guía de teléfonos a buscar una academia de conductores... 10 días antes de subir al avión a NZ.
Como era invierno, y el brote de gripe porcina había generado una paranoia más grave que el mismísimo brote, todas las escuelas estaban cerradas, por lo que todos los boludos peatones como yo estaban aprendiendo a manejar. La única academia que me tomó me dio las 3 clases que necesité a las 7am, no sin antes mirarme con asombro al decirles que necesitaba en 5 días un registro de conducir para sacar uno internacional para ir a manejar al culo del mundo, con el volante del otro lado del auto. Llovió todos los días desde mi primera clase, pero por suerte el día de mi examen práctico el sol salió y pude demostrar que manejaba lo suficiente como para aprobar el examen. (Comento lo de la lluvia porque la Dirección de Tránsito NO toma examen si llueve, llovizna o lo que sea).
Así que a 5 días de subir al avión que me trajo hasta aquí, me fui caminando a retirar mi registro local y lo llevé caminando al Automóvil Club para que me dieran el internacional. Y dos días antes de mi partida, Juan me llevó en el auto de mamá a buscarlo. Heridos: 0 Kilómetros recorridos usando mi registro nuevo: 0

1 comentario:

  1. Ay querida, yo ni eso. No se manejar; las veces q intentaron enseñarme entre mi cagazo y los gritos que me pegaban, olvidate. Lo más gracioso: trabajaba en un programa de tele acá en Misiones que era sobre seguridad vial. Yo tenía que actuar las situaciones haciendo lo que estaba bien y lo que no. La mayoría de las veces el clip terminaba conmigo manejando. Jeje. La productora con mi gorrito mejor dicho. En fin. Tal vez lo que te pasa, además de la necesidad, es que como hay menos autos (supongo) te da más confianza. Besote

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