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3/10/09

Un mundo de sabores


El primer choque cultural, por llamarlo de alguna forma, fue con la comida. Como estábamos en un hostel, teníamos cocina equipada para cocinar nuestra propia comida. Fuimos al supermercado y compramos cosas sencillas para cocinar, ya que por dos días no ameritaba hacer una gran compra. Compramos kiwis a un precio increíblemente barato. Mientras recorríamos las góndolas armamos el menú y compramos los ingredientes: fideos con crema, sopa envasada, sándwiches de lomito y queso.
Primer comida: fideos con crema. Nos llamó poderosamente la atención que los fideos tardaron casi 30 minutos en estar al dente. Pero mayor fue la sorpresa al probar la crema. Era agria, espesa, con una textura extraña. Claro, el problema fue que no compramos crema, sino una especie de Casancrem. Eran incomibles, pero el hambre es más fuerte y nos terminamos nuestros platos a fuerza de sal y pan lactal.
Igualmente, todas las palmas se la llevó la sopa. Compramos lo que pensamos era una sopa de pollo con azafrán, que venía en un sachet muy elegante. Nos sorprendió descubrir que más que era sopa era arroz con azafrán y pollo. Es imposible de describir el sabor de esa cosa. Era algo agridulce, tenía pasas de uvas, castañas, cosas de cajú. Era el vómito de un pollo persa mezclado con azafrán y el relleno de un pan dulce. Juan hizo tripas corazón y comió su porción. Yo me fui a dormir sin cenar.
Por suerte, los sándwiches nos salvaron en las restantes comidas. 

Fin de semana de locura

Nos quedamos viernes, sábado y domingo en Auckland, en un hostel muy lindo. Marian nos compró los pasajes para ir a la isla sur por Internet con su tarjeta de crédito, porque a nosotros nos daba desconfianza comprar con las tarjetas de crédito que Papá nos había dado. El primer temor argentino inserviblemente aplicado en la sociedad kiwi*. A Marian le dimos el dinero de los pasajes en efectivo. En ese hostel conocimos a unos argentinos que estaban de paso para Asia, que nos dieron algunos consejos sobre la vida y cultura kiwi.
Recorrimos muy poco la ciudad, ya que los nervios, las horas de vuelo y el cambio horario nos tenían a mal traer. Caminamos por el centro, compramos la mínima ropa indispensable para que nuestro hedor no fuera tan fuerte, fuimos al museo y a un par de parques de la ciudad.
Nos sirvió para conocer y para darnos cuenta de que los kiwis hablan un inglés medio extraño, con acento, y que cambian todas las letras e de la pronunciación por la letra i.
Hay pocas fotos de este finde porque nos quedamos sin batería en la cámara, y el cargador es de dos patitas redondas y los enchufes de este país son de tres patitas planas.

*Un temor argentino aplicado en la sociedad kiwi es siempre inservible. Cuando digo esto quiero decir que venimos con ideas y miedos que aquí no son útiles, y que se traducen en preguntas y acciones que parecen ridículas en este contexto. En este caso, el temor a comprar por Internet y que te roben la cuenta de la tarjeta no sirve porque la seguridad de sus webs es diferente. Entonces, Marian no entendía porque teniendo tarjetas, le pedíamos a ella que comprara los pasajes, y le parecía una estupidez y una ida y vuelta de dinero innecesaria (y tenía toda la razón).

Bienvenidos a NZ (o a loco y en pelotas)


Lo complicado del viaje fue el arribo.
Primero, la señora de Inmigraciones nos hizo una batería de preguntas sin sentido aparente, sólo para deleitarse viendo como Juan y yo sudábamos pensando que responder para que no nos deporten sin siquiera haber visto por la ventana del aeropuerto. Al final la mina sólo nos estaba boludeando, y nos dio la bienvenida al país de los kiwis.
En la Aduana no tuvimos ningún problema, ya que Aerolíneas Argentinas perdió nuestro equipaje, por lo que los agentes de la aduana no lo revisaron. Nuestras semanas de preocupación por la cantidad de yerba, la limpieza de la suela de los calzados, la cantidad de pastillas anticonceptivas que había en las valijas y los cueros para hacer artesanías de Juan fueron de gusto.
Hicimos la denuncia del extravío frente a un asombrado señor kiwi que no podía creer que nos hubieran perdido 4 valijas en un vuelo sin escalas, el cual nos entregó un bolsito de lo que serían “primeros auxilios higiénicos”: shampoo, hisopos, cepillo de dientes, pasta dental y una remera de algodón
Luego de esta decepción, salimos al aeropuerto con la sensación de ser unos sucios indigentes en un país desconocido, y nos encontramos con otra sorpresa: Marian, la mujer de la Empresa Consultora que contrató a Juan, no estaba esperándonos. Tratamos de llamarla al celular con una tarjeta de teléfono que nos obsequiaron al cambiar dólares americanos por dólares kiwis, pero fue en vano. Así que éramos unos sucios, indigentes, en un país desconocido, solos y sin saber como usar el teléfono público. Era una imagen tragicómica, incluso para nosotros.
Por suerte, luego de llamar a medio NZ, logramos comunicarnos con la Empresa Consultora, que se comunicó con esta Marian, que nos fue a buscar al Aeropuerto.





Con ustedes, el kit. Nos cambiaron todas nuestras pertenencias por productos pequeños de primera marca y una remera de algodón de cuarta.