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26/7/10

A la nieve... ¿pato?


El domingo pasado fuimos a esquiar, por primera vez en nuestras vidas. Una de las ventajas de vivir al sur del sur, con mucho frío, es que en una hora y media de viaje podés ir a una hermosa montaña, llena de nieve, a esquiar. Otra ventaja es que acá no te cobran una fortuna el alquiler del equipo y el pase.
Nos acompañó Juan, otro argentino que hace años que vive en Kiwilandia y que desde chico sabe esquiar. Eso nos trajo dos ventajas: la primera, que Juan (el otro) sabía donde alquilar el equipo, comprar el pase y como llegar a la pista. La segunda, que Juan (el otro) sabía esquiar y nos explicó.
Todos imaginan como terminó el día: Juan (el mío) aprendió en minutos las técnicas mínimas del esquí y se paseó por pistas, practicó movimientos, viajó en aerosilla. Yo me cagué a golpes, sudé, me asusté de todo, me caí al bajar de la aerosilla, rodé por la nieve, fui humillada por niños de 5 años que esquiaban solos por las mejores pistas, y terminé la mitad del día en la pista de principiantes, tratando de entenderles a los profesores de clases ajenas las tácticas del esquí, mientras los Juanes hacían maravillas en el resto de la montaña.
Fue un día hermoso. Sin darnos cuentas, estuvimos horas y horas esquiando, yendo y viniendo en botas pesadas y esquíes incómodos, riéndonos de las caídas y aplaudiendo nuestros pequeños logros. Ni el dolor de hoy, que apenas puedo mover mi cuerpo, opaca lo hermoso que fue ayer.
Y le advierto a las montañas kiwis: volveré con las próximas nieves, y las seguiré golpeando con mi cuerpo hasta que se den por vencidas.