En un programa matutino de la televisión kiwi, un jugador de los All Whites (nombre de la selección Kiwi de fútbol) invitaba al público a comprar unas bufandas para “apoyar” al seleccionado.
Cuando el entrevistador le preguntó que pensaba sobre el primer partido a jugar en el Mundial, si podían los All Whites vencer a Eslovaquia, el jugador, muy seguro de sí mismo, respondió: “Si tenemos un buen día, les ganaremos. Si no, no”.
Un equipo que llega al Mundial a pulmón, sin el apoyo ni de sus amigos, que tienen trabajos “civiles” y piden permiso para ir a jugar al Mundial, e invitan a comprar bufandas para ayudar al seleccionado, se merece mi apoyo. Sin grandes contratos millonarios, y considerados jugadores de un deporte “no de hombres” como el rugby, esta gente me ha llegado al corazón.
En este mundial alentaré por la selección de MI país y por el seleccionado kiwi (si pasan los partidos por TV abierta), con igual pasión... total, JAMÁS se cruzarán en la final.
Los invito a alentar al seleccionado kiwi.
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22/5/10
19/5/10
Tic tac - Tic tac
Desde hace dos días sufro una de las peores de las esperas desde que estoy en este país.
Creo que no estuve así de angustiada ni cuando esperaba que me devolvieran el pasaporte luego de modificar la visa para estudiar.
Ni siquiera cuando me sentía enferma y Smith me llevó al médico.
Esta espera es eterna... y no creo poder soportar más no saber que está pasando. Y a Juan también lo preocupa... queremos saber que pasa, como se soluciona, y cuánto dinero costará.
Desde hace dos días, nuestro auto está en el taller. El mecánico dijo que llamaba para decir que tiene, cuanto cuesta arreglarlo y cuanto tiempo demorará.
Aún no llamó.
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6/5/10
Deja vu
En estos primeros días de Esteban en NZ, reviví muchas cosas que creo que el inconciente (sabiamente) había guardado en un rincón polvoriento de mi mente.
El otro día Smith me pidió que acompañara a ambos a hacer los trámites del número de IRD y la apertura de una cuenta bancaria. Sentada en el box del banco, mientras la atenta empleada le explicaba las características de su cuenta y como usar la tarjeta, y yo le traducía al español (porque este chico tenía un julepe que no entendía nada), caí en la cuenta de muchas cosas.
Para empezar, todo eso que yo le explicaba naturalmente en su momento me había llevado horas entender. Que todas las palabras que la señora decía yo las entendía, pero hace unos meses atrás eran sólo sonidos. Que ya entiendo cuando me hablan.
Lo mismo sucedió en su cena de bienvenida. Todos recordarán esa cena donde se nos presentó a la familia, se nos conversó y se nos cagó de sed. Bueno, esta vez se repitió, pero Juan y yo hacíamos chistes, hablábamos de deportes, de costumbres y de demás gansadas. Mientras tanto, desde un lugar de la mesa, Esteban miraba, sonreía sin entender nada y se preguntaba cuando le iban a ofrecer algo para beber.
De repente, miré a Esteban, y me recordé sentada en ese lugar, sonriendo a palabras sueltas sin sentido, sintiéndome observada y rogando que pronto nos fuéramos a casa (que en ese momento no sentíamos “casa¬”, era solo el lugar donde estaba la cama para dormir), pensando que jamás podríamos encajar en este lugar.
En estos días recordé esos primeros días, y miro y escucho a Juan hablar inglés, y me miro desenvolverme en las más diversas situaciones, y le digo con toda la sinceridad del mundo a Esteban “Al principio no entendés nada, y todo es raro y te da miedo, pero después te acostumbrás, y hablás inglés”.
Claro que no le digo que cuesta bastante… pero creo que vale la pena que viva “la experiencia New Zealand”
El otro día Smith me pidió que acompañara a ambos a hacer los trámites del número de IRD y la apertura de una cuenta bancaria. Sentada en el box del banco, mientras la atenta empleada le explicaba las características de su cuenta y como usar la tarjeta, y yo le traducía al español (porque este chico tenía un julepe que no entendía nada), caí en la cuenta de muchas cosas.
Para empezar, todo eso que yo le explicaba naturalmente en su momento me había llevado horas entender. Que todas las palabras que la señora decía yo las entendía, pero hace unos meses atrás eran sólo sonidos. Que ya entiendo cuando me hablan.
Lo mismo sucedió en su cena de bienvenida. Todos recordarán esa cena donde se nos presentó a la familia, se nos conversó y se nos cagó de sed. Bueno, esta vez se repitió, pero Juan y yo hacíamos chistes, hablábamos de deportes, de costumbres y de demás gansadas. Mientras tanto, desde un lugar de la mesa, Esteban miraba, sonreía sin entender nada y se preguntaba cuando le iban a ofrecer algo para beber.
De repente, miré a Esteban, y me recordé sentada en ese lugar, sonriendo a palabras sueltas sin sentido, sintiéndome observada y rogando que pronto nos fuéramos a casa (que en ese momento no sentíamos “casa¬”, era solo el lugar donde estaba la cama para dormir), pensando que jamás podríamos encajar en este lugar.
En estos días recordé esos primeros días, y miro y escucho a Juan hablar inglés, y me miro desenvolverme en las más diversas situaciones, y le digo con toda la sinceridad del mundo a Esteban “Al principio no entendés nada, y todo es raro y te da miedo, pero después te acostumbrás, y hablás inglés”.
Claro que no le digo que cuesta bastante… pero creo que vale la pena que viva “la experiencia New Zealand”
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3/5/10
Donde los deseos se hacen realidad...
De más está decir que Smith me eligió a mí para ir a recibir al chico nuevo. Muy a mi pesar lo acompañé a recibir a Esteban. El problema no era el viaje, ni esperar en el aeropuerto, ni que tuviera que usar 2hs de mi agitada vida en ello… sino que no sabía de que íbamos a hablar en el trayecto hasta el aeropuerto. Gracias a Dios, la naturaleza es sabia, y los dos viajamos resfriados y con la garganta dolorida, así que en vez de charlar nos la pasamos tosiendo y comiendo pastillas de menta.
Esteban llegó cansado, mal dormido, sin entender inglés ni español del dolor de oídos que tenía y sólo deseaba dormir, o llegar a algún lugar donde sentarse y dejar de viajar. Smith deseaba que este chico hablara, para saber su nivel de inglés.
Ninguno de los deseos se cumplieron rápidamente, pero luego de un fin de semana Esteban pudo recuperar sus horas de sueño, y Smith oir a su empleado incursionando en la comunicación en otro idioma.
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